jueves, 4 de mayo de 2023

Requiem de Pietro Yon.

Cecilianismo fue un término acuñado en Alemania durante la segunda mitad del siglo XIX, se  origina  por  los  ideales  de  Kaspar  Ett  (1788 –1847) : restaurar la música de iglesia designando como “la única, verdadera y genuina” aquella que esta siempre supeditada a la liturgia y cuya inteligibilidad de sus textos y melodías es más importante que las muestras virtuosísticas. Centrado principalmente en el estudio de la polifonía romana del siglo XVI, influenció a otros músicos como Karl Proske (1794-1861) y Franz Xaver Witt (1834 –1888). 

Proske se trasladó a la ciudad de Ratisbona en 1823; para 1826 se ordenaría sacerdote, lo que lo pondría en contacto con el obispo de esa ciudad: Michael Sailer, quien presentó a Proske ante el rey Luis I de Baviera, entusiasta promotor de las artes, dando así lugar a un mecenazgo que le permitiría realizar una serie de viajes a Italia a fin de recoger obras musicales antiguas, que dieron como resultado la inmensa Biblioteca Proske, que conserva cerca de 30.000 obras de los siglos XV al XVIII.

Witt funda en 1868 la Sociedad de Santa Cecilia en la ciudad de Barberg, que obtuvo de Pío IX la aprovación pontificia con el breve Multum  ad  commovendos animos, el 16 de diciembre de 1870. Witt difundió en algunas publicaciones las metas de la Sociedad, entre las que la más destacable es el interés en la técnica contrapuntística de Palestrina. Se  alejan así,  deliberadamente  de la expresión musical-teatral, las interpretaciones romanticistas, las modulaciones extrañas, y los cromatismos propios de la música de su época, heredera de los románticos alemanes. 

El Cecilianismo se esparció por el mundo católico durante el  segundo tercio del siglo XIX, influyendo la fundaciones de organizaciones similares en otras naciones. En 1870, la Sociedad publica el primer catálogo de música aprobada para el servicio litúrgico, y en cuya lista aparecía en primer lugar el Canto Gregoriano, seguido de la polifonía a capella, música para órgano e himnos comunitarios. El movimiento Cecilianista llegó al continente Americano de dos formas: a través de Estados Unidos gracias a los numerosos emigrantes alemanes, que para mediados del siglo XIX constituían grupos compactos y organizados, en los que brillaron compositores como Johannes Baptista Singenberger, que en 1873 fundó la Sociedad Americana de Santa Cecilia; y a través de México, en particular de la editorial Pustet, en honor a Friedrich Pustet (1798 –1892) quien en 1889 publicó en español, por petición del señor Obispo de Querétaro, las ediciones de libros religiosos, música y teoría de la Sociedad Cecilianista

A los dos lados del Atlántico.

Pietro Alessandro Yon, organista y compositor, nació en el Piamonte italiano en 1886. Inició sus estudios musicales a muy temprana edad, en los conservatorios de las ciudades de Milán, Turín y posteriormente en la Academia de Santa Cecilia en Roma, donde se graduó con honores. De 1905 a 1907 fue organista asistente de la basílica de San Pedro, en Roma. En 1907, a petición del sacerdote Johnn B. Young, viajó a la ciudad de Nueva York, y se estableció como organista y director del coro de la iglesia de San Francisco Xavier en Manhattan. De 1919 a 1921 lo encontramos de nuevo en Roma como organista sustituto de la Capella Giulia (el coro de la Basílica de San Pedro) donde el propio Benedicto XV le nombra organista titular en 1920.

En 1927 es elegido organista titular de la Catedral de San Patricio de Nueva York, y en 1928 director de música, puestos que mantuvo hasta su muerte, en 1943.

Al igual que en el motu proprio de Pio X del 1903, en Pietro Yon confluyeron de manera armoniosa el Cecilianismo y los ideales del Nuevo Movimiento Litúrgico, con origen en la reforma gregoriana de Solesmes. 

La revista de los jesuitas de Estados Unidos, America Magazine, escribía al respecto: 

El señor Yon obtuvo la mayor parte de su formación musical desde la aparición del Motu proprio, y ha asimilado su esencia. Vino a este país hace pocos años a ocupar el puesto de organista en la iglesia de San Francisco Xavier, en Nueva York, una iglesia donde los melómanos, tanto católicos como no católicos, han aprendido a identificar la mayor de las noblezas en la música religiosa [...] proveyendo un esquema musical para la liturgia que será tanto moderno como correcto, y al mismo tiempo, interesante en su contenido musical. (Vol. 8, N. 1, Octubre, 1912)

Su larga lista de composiciones incluye The Triumph of St Patrick (oratorio), 21  misas,  varios motetes,  el Concerto  gregoriano para  órgano y orquesta, música de cámara, numerosas piezas para órgano, piezas para piano y canciones. Sus obras más conocidas son el villancico navideño Gesù bambino (1917) y la pieza para órgano Natale in Sicilia (1912).

El Requiem

La Missa & Absolutio Pro Defunctis (1917) de Pietro Yon, sigue un esquema típicamente cecilianista. Polifonía con acompañamiento de órgano, en alternatim con canto gregoriano acompañado, y con breves secciones a capella (a veces con sabor a fabordón renacentista), e incluso recitaciones en recto tono con acompañamiento obligado de órgano. 

Con una plantilla mínima de tres voces iguales (dos tenores y bajo) Yon explota las posibilidades compositivas, siempre enmarcado dentro del ideal de la supremacía del texto y del espíritu de cada momento litúrgico. 

Es especialmente notable el responsorio para la absolución del catafalco Liberame Domine, compuesto quizá deliberadamente en el mismo espíritu de la versión de Gabriel Fauré (1887). Es un movimiento agitado, podríamos decir furioso, con un breve solo de bajo, y secciones homofónicas a capella que recuerdan mucho el estilo romano, tan presente en compositores como Lorenzo Perosi (1872-1956). 

El programa de la música exequial es como sigue :

Resp. Subvenite, polifonía a capella.
Introitus - Kyrie, polifonía acompañada, a capella, y gregoriano.
Graduale-Tractus, recto tono.
Sequentia, gregoriano, recto tono, polifonía a capella y acompañada.
Offertorium, tenor solista, polifonía y recto tono con órgano solista.
Sanctus, polifonía acompañada y a capella y gregoriano.
Benedictus, bajo solista y polifonía.
Agnus Dei, bajo solista, tenor solista y polifonía a capella y acompañada.
Communio, polifonía a capella y acompañada y gregoriano.
Resp. Libera me, polifonía, bajo solo.
Ant. Ego sum - Benedictus, gregoriano y polifonía a capella. 
Ant. In Paradisum, polifonía a capella.

Buena escucha.

martes, 21 de junio de 2022

Corpus Christi, 2022, el África cristiana y la esperanza de la Iglesia.

En Roma, en el Vaticano, la sede de San Pedro, ya no se celebra la procesión del Corpus desde hace 9 años. 

Aquí se recopilan de Twitter manifestaciones de esta celebración especialmente en lugares que en lengua española son poco conocidos. 


El Seminario Memorial Bigard, en Nigeria, con sus 833 seminaristas es quizá el más grande del mundo.
Fuente: Sachin Jose @Sachinettiyil

Procesión de Corpus Christi en un seminario de Malawi.
Fuente: R.P. Petros Mwale, @fr_petros

Otra procesión en Malawi.
Fuente: Sachin Jose @Sachinettiyil

Procesión en Tanzania.
Fuente: Man Kiiza @AltifridK

lunes, 20 de junio de 2022

"Cantad, Cantad, la Patria se Arrodilla", el himno del Congreso Eucarístico Nacional de México de 1924 y su partitura original


El himno de 1924, interpretado por Pedro Infante en la célebre película "El Seminarista" (1949)


La idea de realizar el Primer Congreso Eucarístico Nacional de México nació a principios de los años 20 por iniciativa del cura de Tlalpan, Antonio Sanz Cerrada, inspirado por los Congresos Eucarísticos Internacionales que se originaron en el año 1881. 

El Himno del congreso Eucarístico Internacional de Madrid de 1911 (Cantemos al Amor de los Amores) todavía se escucha con fuerza en México, en procesiones y adoraciones eucarísticas, y es quizá uno de los himnos eucarísticos más populares en lengua española. 

La iniciativa del padre Sanz fue apoyada por la archicofradía de la Vela Perpetua, la Adoración Nocturna y otros movimientos, de modo que el 20 de Marzo de 1923 los obispos mexicanos publicaron el edicto pastoral por el cual se acordaba la celebración del Primer Congreso Eucarístico Nacional, programando su celebración para Febrero de 1924, como presidente de la Comisión Organizadora fue elegido Mons. Leopoldo Ruiz y Flores, arzobispo de Michoacán, y como vicepresidente Mons. Emeterio Valverde Téllez, obispo de León

De inmediato la A.C.J.M. externó su apoyo al Episcopado, y se dedicó a promover el Congreso, organizando además dar facilidades a los participantes para asistir. Debido a la rebelión militar de Adolfo de la Huerta, el Congreso Nacional no empezó sino hasta el 5 de octubre de 1924, en la Ciudad de México. El éxito del Congreso fue inmenso; hubo conferencias, aplausos, discursos que entusiasmaron a los católicos. El fervor religioso despertado por el Congreso Eucarístico era un gancho al hígado para los anticlericales, y el presidente Obregón lo recibió como un desafío de los católicos, quienes lejos de doblar la cabeza por el incidente del Cubilete (la interrupción y prohibición de su construcción, iniciada en enero de 1923), proclamaban abierta y estruendosamente la Majestad de Cristo.

"El Congreso Eucarístico venía efectuándose con el beneplácito de la sociedad entera, y prueba de ello son las manifestaciones, casi unánimes, que hicieron ostensiblemente los vecinos de México (…) ni en el Centenario de la Independencia Nacional se advirtieron entusiasmo y armonía semejante a la mayor parte de las casas de la metrópoli ostentaron adornos en señal de adhesión al Congreso, y las solemnidades religiosas se vieron tan concurridas que los locales donde se celebraron no podían contener a todas las personas que deseaban asistir a ellas".

Así pues, Obregón extendió un comunicado a Eduardo Delhumeau, Procurador General de la República, denunciando al Congreso y a sus participantes por «violar las Leyes de Reforma, con actos de culto externo», añadiendo que el Ejecutivo estaba obligado a cumplir las leyes, y poco después se impartían sanciones a los empleados públicos que hubieran colocado imágenes en sus casas con motivo del Congreso. Dos años después, en medio de numerosos conflictos estallaría la guerra Cristera. 

Para el acontecimiento se elaboró una preciosa Custodia en plata, de tipo rectangular, con incrustaciones de piedra, un peso de 380 kilos y más de dos metros de alto, que contó para su fabricación con una generosa colecta de patrocinadores y la aportación de los propios fieles. 


La monumental Custodia -considerada uno de los más grandes tesoros de la Catedral de México- siempre ha permanecido en el templo capitalino, exceptuando el año 2000, cuando salió por primera vez a la calle con motivo del Segundo Congreso Eucarístico Nacional. Ella, como destaca el semanario ‘Desde la Fe’, ha sido tabernáculo de la Eucaristía en los momentos más importantes de la historia de México.

El himno oficial se publicó poco antes del congreso, con letra del RP Francisco Javier Zambrano S.J., y música del maestro Salvador Orozco. Las referencias a Jesucristo como Amor divino recuerdan la letra del himno del congreso de Madrid, pero la música empleada tiene un carácter mucho más épico. El himno ha sido orquestado, rearmonizado, y reeditado en numerosas ocasiones. En los últimos tiempos se le ha confundido también con el Himno Guadalupano, e incluso con el himno español. Presentamos aquí la partitura original.

Invitación:
Cantad, cantad, la Patria se arrodilla
al pasar Jesucristo Redentor,
un nuevo Sol para nosotros brilla,
¡Sol del Amor, del Amor!

Coro:
¡Hostia, Sol del Amor, tu luz inflama
el corazón de un México leal,
el corazón del pueblo que te ama, 
el corazón del pueblo que te aclama,
en tu paso, en tu paso triunfal!

Estrofas:
¡Triunfe tu amor, o Sol Sacramentado!
del corazón de un pueblo siempre fiel,
disipa ya las nieblas del pecado,
ven a reinar, ven a reinar en él.

¡Orne tu luz con resplandor divino
de nuestros padres la radiante Fé,
vuelva a buscar la patria su destino
de tu Sagrario, de tu Sagrario al pie!

¡Hostia de paz! La patria atribulada
solo de ti, remedio espera ya:
un rayo de tu luz, una mirada,
Señor, Señor, y vivirá!

Cantad Cantad la Patria se arrodilla, partitura

Cantad cantad la patria se arrodilla partitura

Cantad cantad la patria se arrodilla partitura
cantad cantad la patria se arrodilla partitura

jueves, 16 de junio de 2022

Evelyn Waugh. "Mas de lo mismo por favor". Reflexiones en torno al concilio Vaticano II y a la Reforma Litúrgica

 


The Spectator, 23 de Noviembre de 1962

Es improbable que los políticos del mundo estén siguiendo las sesiones conclusivas del Concilio Vaticano [II] con la atenta mirada con que se siguieron las sesiones de apertura en 1869 [del Vaticano I]. Entonces el balance de poder en Europa era precariamente dependiente de la situación de los Estados Papales en Italia; Francia y Austria directamente, Prusia indirectamente y el reino Piamontés particularmente, estaban involucrados en su futuro. Inclusive la protestante Inglaterra estaba atenta. Gladstone tenía sus propias y personales preocupaciones teológicas y se escribía en forma extraoficial con Lord Acton, pero Lord Clarendon, el Ministro de Relaciones Exteriores y la mayor parte del Gabinete estudiaban los despachos de su agente, Odo Russell (posteriormente editados bajo el título de La Cuestión Romana) y le exigían los más mínimos detalles. Manning fue privadamente dispensado de su voto de secreto de tal modo de poder mantener a Russell informado. La reina Victoria reinaba tanto sobre súbditos Católicos como Anglicanos, una parte de los cuales se mostraban en Irlanda más y más problemáticos.
El Concilio, como es bien sabido, fue interrumpido en dramáticas circunstancias que parecían presagiar un desastre. La historia subsiguiente confirmó sus decisiones. La Comuna de París aniquiló el Galicanismo. El Kulturkampf de Bismarck quitó todo apoyo significativo a los disidentes Teutones. Todo lo que Odo Russell había constantemente predicho tuvo lugar, a pesar de los deseos de los Estadistas europeos.

No es de esperar que las sesiones, reanudadas luego del largo receso y dignificadas por el título de Segundo Concilio Vaticano, tengan la misma directa influencia afuera de la Iglesia. Los diarios se han concentrado en frases tomadas de las alocuciones del Papa, sugiriendo que habría un proyecto de unión de la Cristiandad. La mayor parte de los cristianos, basados en las profecías directas de Nuestro Señor, esperan que esto ocurra en algún momento de la historia. Pocos creen que ese momento sea inminente. La aspiración católica es que, cuánto más se manifieste el verdadero carácter de la Iglesia, más se verán compelidos los disidentes a realizar sus sumisión. No hay posibilidad de que la Iglesia modifique sus doctrinas definidas para atraer a aquellos que las rechazan. Las Iglesias Ortodoxas del Oriente, con las cuales las diferencias doctrinales son pequeñas y técnicas, son más hostiles a Roma que los Protestantes. Para ellos, el saqueo y la ocupación de Constantinopla en la primera mitad del siglo trece –un hecho sin demasiado peso histórico en la estimación occidental–, es un recuerdo tan amargo y vivo como la persecución de Hitler a los judíos. Los milagros son posibles, aunque sea presuntuoso esperarlos; sólo un milagro puede reconciliar al Oriente con Roma.

Con las Iglesias Reformadas, entre las cuales la Iglesia de Inglaterra ocupa una posición única, siendo que la mayor parte de sus miembros creen pertenecer a la Iglesia Católica Occidental, las relaciones sociales son más calurosas pero las diferencias intelectuales son agudas. Un siglo atrás los católicos eran todavía vistos como potenciales traidores, ignorantes, supersticiosos y deshonestos pero había una base común de aceptación de la autoridad de la Sagrada Escritura y la ley moral. Actualmente, he visto a clérigos Anglicanos representativos rehusar su asentimiento a dogmas cristianos tan básicos como el Nacimiento virginal y la Resurrección de Nuestro Señor; en el reciente proceso judicial referente a El Amante de Lady Chatterley, dos eminentes teólogos Anglicanos, uno de ellos un obispo, dieron testimonio a favor de la defensa en los términos más imprudentes. Otro dignatario Anglicano ha dado su aprobación al régimen que está intentando extirpar el Cristianismo de China. Otros han opinado que un hombre que se crea amenazado por una muerte dolorosa puede recurrir al suicidio. Aberraciones como estas, antes que diferencias en la interpretación de la teoría agustiniana de la gracia, son las verdaderas piedras de tropiezo en la comprensión mutua.

Es posible que el Concilio anuncie una definición de la communicatio in sacris con miembros de otras comunidades religiosas, hasta ahora prohibida a los Católicos. Algunas diócesis tienen una praxis rigurosa, otras una más laxa. No hay una norma universal, por ejemplo, en lo concerniente a la celebración de matrimonios mixtos. Por otro lado, se dice que algunos sacerdotes franceses, en un exceso de irenismo, cometen la imprudencia, si no el sacrilegio, de  administrar la Comunión a los no Católicos, hecho que no puede sino ser reprobado. La cordialidad personal dispensada por el Papa a los Protestantes puede muy bien ser el preludio de un incentivo oficial a la cooperación en actividades sociales y humanitarias lo que podría quitar la aspereza de una condenación de la comunión en los sacramentos. 

Es improbable que se plantee la cuestión de la Órdenes Anglicanas, pero vale la pena hacer notar que las condiciones han cambiado desde la condena de su validez.
En ese momento la cuestión fue juzgada desde el punto de vista de la evidencia histórica del establecimiento de la Reforma. Pero desde entonces ha habido contubernios con episcopi vagantes, holandeses, jansenistas, y obispos orientales heterodoxos, con el resultado de que una proporción incalculable de clero Anglicano puede de hecho tener el orden presbiteral. Ellos podrán producir árboles genealógicos apostólicos individuales pero el resultado no tiene mayor interés en comparación con los mucho más numerosos cuerpos protestantes hacia los cuales la paternal benevolencia del Papa igualmente se dirige.

Un católico cree que todo lo que se decrete en el Concilio afectará en última instancia a la entera raza humana, pero que sus propósitos inmediatos son domésticos –la puesta en orden de la casa toscamente perturbada en 1870. Hay muchas cuestiones de gran importancia en lo que respecta a la constitución de la Iglesia que no afectan directamente al laico católico ordinario –la demarcación de las diócesis, la jurisdicción de los obispos, la puesta al día de las prerrogativas de las antiguas órdenes religiosas, los cambios necesarios en los seminarios para volverlos más atractivos y eficientes, la adaptación de los países de misión a su nuevo status nacional, y así siguiendo. Todo esto puede ser puede ser con seguridad dejado en manos de los Padres del Concilio. Pero en la recepción preliminar del proyecto del Concilio en los tres últimos años ha habido una insistente nota acerca de que la “Voz del Laicado” debe ser más claramente escuchada; esa voz, tal como ha sido audible el norte de Europa y en los Estados Unidos, ha sido en su mayor parte la de la minoría que reclama reformas radicales. Me parece posible que muchos de los Padres, cualesquiera que sean sus predicciones, tengan la desagradable sensación de que hay un poderoso cuerpo de laicos urgiéndolos a tomar decisiones, de hecho lejanas del mayoritario, mas silencioso, cuerpo de los fieles.

No hablo en nombre de nadie sino por mí mismo, pero me parece que represento al católico inglés típico. El hecho de que yo haya sido criado en otra sociedad religiosa no me resulta embarazoso en lo más mínimo. He sido católico durante treinta y dos de los que técnicamente llaman mis “años de la razón”; más tiempo, pienso, que muchos de los “progresistas”. Más aún: pienso que una gran proporción de los Católicos Europeos, a pesar de sus bautismos y primeras comuniones, son de hecho “conversos” en el sentido de que el momento de la íntima decisión acerca de aceptar o rechazar las afirmaciones de la Iglesia se les presentó en algún momento de la adolescencia o de la juventud.
Pienso que soy un representante típico de ese estamento medio de la Iglesia, lejano de sus líderes, pero más lejano aún de sus santos; distinto también de los personajes perplejos, desafiantes y desesperados que notoriamente aparecen en la ficción y el teatro contemporáneos. No tomamos casi parte, excepto cuando nuestros intereses personales son avivados, en la vida pública de la Iglesia, en sus innumerables instituciones piadosas y de benevolencia. Afirmamos el Credo, tratamos de observar la ley moral, asistimos a Misa en días de precepto y echamos frecuentemente un vistazo a las traducciones vernáculas del latín, contribuimos al sostenimiento del clero. Raras veces tenemos algún contacto directo con la jerarquía. Afrontamos dificultades para educar a nuestros hijos en la fe. Esperamos morir fortificados por los Sacramentos. En toda época hemos formado el cuerpo principal de ‘los creyentes’, y creemos que fue para nosotros, así como para los santos y los pecadores notorios que la Iglesia fue fundada. ¿Es nuestra voz la que los Padres Conciliares están preocupados por escuchar?


Hay tres cuestiones referidas a su autoridad que a veces suscitan nuestra atención.
Una es la Index de libros prohibidos. Me han dicho que su promulgación depende de la discreción del obispo diocesano. Ignoro si ha sido promulgado en mi diócesis. No es nada fácil conseguir una copia. Cuando uno la encuentra, se topa con algo muy aburrido, en su mayor parte consistente en panfletos y tesis de controversias olvidadas. No incluye la mayor parte de las tesis antropológicas, marxistas y psicológicas que, leídas en forma no crítica pueden poner en peligro la fe y la moral. No incluye, como popularmente se cree, absurdidades como Alicia en el país de las maravillas. Hay algunas pocas obras, como los Ensayos de Addison que uno esperaría encontrar en cualquier hogar respetable y varias de lectura obligatoria en las universidades, pero en general no es un documento conflictivo. La presencia de Sartre en la lista proporciona una excusa conveniente para no leerlo. Pero es  una evidente anomalía preservar un acto legal que es generalmente pasado por alto. Pienso que la mayor parte de los laicos estarían contentos si los Padres del Concilio considerasen si el Index tiene algún sentido en el mundo moderno; si no sería mejor dar una advertencia general acerca de las lecturas peligrosas y permitir a los confesores decidir en los casos particulares, mientras se retiene la censura particular sobre libros técnicos de teología que puedan ser tomados por enseñanza ortodoxa. 
Una segunda cuestión es la de los procesos de los tribunales eclesiásticos. La mayor parte de los laicos pasan la mayor parte de sus vidas sin verse involucrados con ellos, del mismo modo en que viven sin tener nada que ver con procesos judiciales. Sin embargo los casos de nulidades matrimoniales se están volviendo más comunes, y las grandes demoras resultantes de las congestiones de las cortes y de sus laboriosos métodos causan mucha irritación y frecuentemente gran sufrimiento. El laico no cuestiona la autoridad de la ley o la justicia de las decisiones; simplemente se trata de que cuando él se encuentra en duda, debería conocer en un tiempo razonable su verdadero status legal.
En tercer lugar, sería conveniente conocer los límites de la autoridad personal del obispo sobre el laicado. No se han hecho votos de obediencia. No ocurre en Inglaterra, pero es frecuente en otras partes del mundo ver una proclama ordenando a los fieles “bajo pena de pecado mortal” votar en una elección parlamentaria o abstenerse de ciertos entretenimientos. ¿Tienen realmente nuestros obispos el derecho de lanzar amenazas de condenación eterna de esta manera?

A medida que los meses pasan y el Concilio se ve abocado a su labor principal, es muy probable que la prensa preste menos atención de la que le brindó en su espectacular apertura. Las cuestiones a discutir son materia de especulación para todos los que están afuera del círculo íntimo pero hay un persistente rumor de que se realizarán cambios en la liturgia. Hace poco escuché el sermón de un entusiasta neopresbítero quien habló, probablemente aludiendo a la infeliz frase de MacMillan con relación al África, de un “gran viento” que está a punto de soplar, barriendo las irrelevantes acrecencias de los siglos y que revelará a la Misa en su prístina y apostólica simplicidad. Mientras tanto yo miraba su congregación, compuesta por parroquianos de un pequeño pueblo rural, del cual me considero un miembro típico, y pensaba en cuán poco se correspondían sus aspiraciones con las nuestras.
Ciertamente ninguno de nosotros tenía intenciones de usurpar su púlpito. Hay especulaciones entre teólogos laicos del  norte de Europa y de los Estados Unidos. Ciertamente una cantidad de expertos han profundizado en la teología y son libres de expresar sus opiniones pero no conozco ninguno cuyo juicio yo preferiría al del más simple párroco. Las mentes más agudas podrán explorar los problemas verbales más sutiles, pero la verdad está más pronta a aparecer en la larga rutina del seminario y en una vida transcurrida entre los Oficios de la Iglesia. Es digno de mención que en los dos períodos en que los laicos tuvieron la parte más activa en la controversia teológica, aquellos de Pascal y Acton, ellos estuvieron equivocados.

Menos todavía aspiramos a usurpar su lugar en el altar. “El sacerdocio de los fieles” es una engañosa frase de esta década, abominable para todos aquellos que nos la hemos topado. No pretendemos ninguna igualdad con nuestros sacerdotes cuyos defectos personales y miserias (cuando existen) sirven sólo para enfatizar el misterio de su llamado único. Cualquier cosa en lo que respecta a indumentaria o maneras o hábitos sociales que tienda a camuflar dicho misterio es algo que nos aleja de las fuentes de la devoción. El fracaso de los “sacerdotes obreros franceses” todavía está fresco en nuestra memoria. Un hombre que envidia de otro una posición más alta y especial está muy lejos de ser un cristiano.

Mientras la Misa continuaba de la manera habitual me pregunté cuántos de nosotros deseábamos ver algún cambio. La Iglesia era más bien oscura. El sacerdote se encontraba bastante lejos. Su voz no era clara y el lenguaje que utilizaba no era el de todos los días. Ésta era Misa por cuya restauración los mártires Isabelinos habían ido al cadalso. San Agustín, Santo Tomás Becket, Santo Tomás Moro, Challoner y Newman hubiesen estado a gusto entre nosotros; de hecho, estaban presentes entre nosotros. Posiblemente pocos de nosotros lo estuviésemos conscientemente considerando, pero su presencia y la de todos los santos nos sustentaba silenciosamente. Su presencia no hubiese sido más palpable si hubiésemos hecho las respuestas en voz alta al modo moderno.
Creo que no es por una mera confusión etimológica que la mayoría de los anglo-parlantes creemos que ‘venerable’ significa ‘viejo’. Hay en el corazón humano una conexión profunda entre adoración y edad. Pero la nueva moda se inclina por algo brillante, estentóreo y práctico. Ha sido establecida por una extraña alianza entre los arqueólogos absorbidos en sus especulaciones acerca de los ritos del siglo segundo, y los modernistas que desean dar a la Iglesia el carácter de nuestra deplorable época. Combinando ambas cosas, se llaman a sí mismos “liturgistas”.

El difunto dominico francés Couturier, estaba siempre pronto a solicitar los servicios de los ateos para diseñar ayudas para la devoción; el resultado es que las iglesias que él inspiró son más frecuentadas por turistas que por creyentes. En Vence hay una famosa pequeña capilla diseñada por Matisse en su vejez. Siempre está llena de turistas y las religiosas que la atienden están orgullosas de ella. Pero las estaciones del Via Crucis, garabateadas en una única pared están de tal modo dispuestas que es apenas posible rezar el ejercicio tradicional delante de él. Las hermanas a cargo tratan de evitar que los visitantes parloteen, pero de hecho no hay nadie a quien molestar; en las ocasiones en que he estado allí no he visto a nadie rezando, como uno frecuentemente encuentra en simples iglesias decoradas con yeso y oropel.

La nueva catedral Católica en Liverpool es de planta circular. La concurrencia debe ubicarse en gradas como si fuera un quirófano abierto al público. Si levantan los ojos se miran unos a otros. Las espaldas son frecuentemente distractivas; las caras lo son más. La intención es ubicar a todos lo más cerca posible del altar. Me pregunto si el arquitecto ha estudiado el modo en que la gente se ubica en una misa parroquial normal. En todas las iglesias que conozco, los primeros bancos son los últimos en completarse.
En los últimos años hemos experimentado el triunfo de los “liturgistas” en la reforma de la Semana Santa. Durante siglos estos ritos han sido enriquecidos por devociones muy caras a los fieles –la anticipación del oficio matutino de Tinieblas, la vigilia en el Altar del Monumento, la Misa de Presantificados. No se trata de cómo los cristianos del siglo segundo celebraban la Pascua. Se trata del crecimiento orgánico de las necesidades del pueblo. No todos los Católicos podían asistir a todos los oficios, pero cientos lo hacían, yéndose a vivir a o cerca de casas monásticas y realizando un retiro anual que comenzaba con el Oficio de Tinieblas en la tarde del Miércoles Santo y culminaba cerca del mediodía del Sábado Santo con la Misa Pascual anticipada. Durante estos tres días el tiempo estaba convenientemente distribuido entre los ritos de la Iglesia y las predicaciones del sacerdote a cargo del retiro, con pocas ocasiones para las distracciones. Ahora nada ocurre antes de la tarde del Jueves Santo. Toda la mañana del Viernes Santo está vacía. Hay una hora aproximadamente en la iglesia el Viernes por la tarde. Todo el Sábado está en blanco hasta la noche tarde. La Misa Pascual es cantada a la medianoche ante una cansada feligresía que es obligada a “renovar sus votos bautismales” en lengua vernácula para luego irse a la cama. El significado de la Pascua como una fiesta de la aurora ha sido olvidado, como lo ha sido el de la Navidad como Nochebuena. He notado en el monasterio que frecuento una marcada caída en el número de ejercitantes desde las innovaciones, o como los liturgistas preferirían llamarlas, restauraciones. Puede muy bien ser que estos servicios se encuentren más próximos a las prácticas de la primitiva Cristiandad, pero la Iglesia disfruta del desarrollo del dogma; ¿por qué no se le concede entonces el desarrollo de la liturgia? 


Hay un partido dentro de la jerarquía que desea realizar superficiales pero sorprendentes cambios en la Misa para hacerla más ampliamente inteligible. La naturaleza de la Misa es tan profundamente misteriosa que los más agudos y santos hombres están continuamente descubriendo ulteriores matices de significación. No es una peculiaridad de la Iglesia Romana que mucho de lo que ocurre en el altar es en diversos grados oscuro a la mayor parte de los creyentes. Es de hecho, la marca de todas las Iglesias históricas apostólicas. En algunas la liturgia se celebra en una lengua muerta como el Ge’ez  o el Siríaco; en otras en griego Bizantino o Paleoeslavo, que difieren mucho de la lengua hablada comúnmente. 
La cuestión del uso de la lengua vernácula ha sido debatida hasta que realmente no queda nada nuevo por decir. En diócesis como por ejemplo algunas de Asia y África donde se hablan media docena o más de lenguas diferentes, la traducción es casi imposible. Aún en Inglaterra y los Estados Unidos donde en gran medida el mismo idioma es hablado por todos, las dificultades son enormes. Hay coloquialismos que, aunque suficientemente inteligibles, de hecho son bárbaros y absurdos. El idioma vernáculo puede ser ya preciso y prosaico, en cuyo caso adquiere el pomposo estilo de un funcionario burocrático, o bien poético y eufónico, en cuyo caso tiende al arcaísmo y se vuelve menos inteligible. La versión King James de la Biblia no fue escrita en la lengua corrientemente hablada en la época, sino en la de un siglo antes. Mons. Ronald Knox, un maestro de la lengua, intentó plasmar en su traducción de la Vulgata un “inglés atemporal”, mas su realización no ha sido universalmente bien recibida. Pienso que es altamente dudoso que el feligrés medio necesite o desee tener comprensión intelectual y verbal completa de todo lo que se dice. Simplemente concurre a la liturgia a adorar, con frecuencia en forma silenciosa y efectiva. En la mayor parte de las Iglesias históricas el acto de la consagración tiene lugar detrás de cortinas o puertas. La idea de apiñarse en torno del sacerdote y observar todo lo que hace les es completamente extraña. No puede ser una pura coincidencia que cuerpos tan independientes unos de otros se hayan desarrollado del mismo modo. El temor reverencial es la predisposición natural para la oración. Cuando los teólogos jóvenes hablan de la Sagrada Comunión como de una ‘comida social’, hallan poca respuesta en los corazones y en las mentes de sus menos refinados hermanos.
No hay dudas de que existen ciertas mentes clericales a las cuales el comportamiento de los laicos en la Misa les parece chocantemente anárquico. Nos reunimos obedeciendo a la ley de la Iglesia. Los sacerdotes desempeñan su función en exacta conformidad con la regla. Pero nosotros, ¿qué hacemos? Algunos estamos siguiendo el misal, pasando exactamente las páginas buscando introitos y colectas extra, diciendo silenciosamente todo lo que los liturgistas quisieran que dijésemos en voz alta y al unísono. Otros están rezando el Rosario. Algunos están luchando con niños inquietos. Otros están arrobados en oración. Algunos están pensando en cualquier cosa hasta que reciben el llamado de atención de la campanilla. No hay uniformidad aparente. Sólo en el Cielo seremos reconocibles como el cuerpo unido que somos. Es fácil ver por qué algunos clérigos quisieran que mostrásemos más conciencia unos de otros, más evidencia de estar tomando parte en una ‘actividad grupal social’. Idealmente tienen razón pero ello significa presuponer una vida espiritual privada mucho más profunda de la que la mayor parte de nosotros ha alcanzado.
Si nos apartáramos de largas horas de meditación y oración solitaria, como los monjes y las monjas, para una ocasional incursión de solidaridad social en la recitación pública del oficio, estaríamos sin duda realizando la plena vida cristiana a la que estamos llamados. Pero ese no es el caso. La mayor parte de nosotros, creo, realizamos nuestras oraciones matutinas y vespertinas en forma maquinal y abreviada. El tiempo que pasamos en la Iglesia –más bien poco, es el que separamos para renovar a nuestra modo nuestros negligentes contactos con Dios. No es como debería ser, pero es, pienso, como ha sido siempre para la mayor parte de nosotros, y la Iglesia, sabia y caritativamente, siempre ha cuidado de los de segunda clase. Si la Misa es cambiada de tal modo de enfatizar su carácter social, muchas almas se encontrarán alejadas de su verdadera meta. El peligro es que los Padres Conciliares, en razón de su profunda piedad personal y porque han sido llevados a pensar que hay un fuerte deseo de cambio por parte del laicado, aconsejen cambios que se revelarán frustrantes para los menos piadosos y menos elocuentes.
Podrá parecer absurdo hablar de “peligros” en el Concilio cuando todos los católicos creen que todo lo que se decida en el Vaticano será la voluntad de Dios. Mas pertenece a la naturaleza sacramental de la Iglesia el que los fines sobrenaturales se alcancen por medios humanos. La interrelación entre lo espiritual y lo material es la esencia de la Encarnación. Usando una comparación inferior, la “inspiración” de un artista no es un proceso de aceptación pasiva de un dictado. Abocado a su trabajo, realiza falsas partidas y se ve forzado a comenzar de nuevo; se ve impelido en cierta dirección, y la sigue alegremente hasta que toma conciencia de que se ha alejado de su verdadero curso; nuevos descubrimientos vienen a su mente mientras está luchando con otro problema; de ese modo, por ensayo y error, es consumada una obra de arte. Lo mismo pasa con las decisiones inspiradas de la Iglesia. No son reveladas por una súbita y clara voz proveniente del Cielo. Los argumentos humanos son los medios por medio de los cuales la verdad eventualmente emerge. No es para nada impertinente susurrar otro argumento humano en medio de las elevadas deliberaciones.

miércoles, 28 de julio de 2021

Paz litúrgica, reflexiones de Dom Jean Pateau, OSB

Entrevista del semanario francés Famille Chrétienne al abad Dom Jean Pateau, OSB, superior de la célebre Abadía de Fontgombault.


¿Entiende la tristeza y la conmoción de muchos devotos apegados a la forma extraordinaria? ¿Qué les dirá a todos los que han sido condenados a ser víctimas de una profunda injusticia?

Sí, los entiendo y me uno a ellos. Después de la publicación del motu proprio Traditionis custodes, muchos se dirigieron a los monasterios esperando una palabra de apaciguamiento. Incluso debo admitir que la tristeza no afecta solo a los fieles apegados a la forma extraordinaria. Muchos en la Iglesia muestran una verdadera tristeza e incomprensión frente a un texto tosco y severo. ¿Qué hacer? Nuestro deber es llamar a la confianza, confiar en Dios, confiar en la Iglesia, confiar en el Santo Padre.

¿Cuál es la intención de Francisco al cambiar el espíritu del motu proprio de Benedicto XVI?

El motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI fue un texto de apertura, de reconciliación, respondiendo al legítimo sufrimiento de los fieles que no habían encontrado en sus pastores el oído atento, benevolente y generoso que tenían derecho a esperar, especialmente en el contexto de las invitaciones del Papa Juan Pablo II. Es necesario no olvidarlo. Con este texto el Papa Benedicto XVI pide responder a la atención de un grupo estable de fieles. También recordó que cualquier sacerdote podía utilizar el Misal Romano promulgado por Juan XXIII en 1962, la así llamada forma extraordinaria del único Misal Romano. El Papa Benedicto, expresó además el deseo de un  enriquecimiento mutuo de las dos formas; un deseo que ha recibido poca atención cuando no ha sido rechazado por las dos partes desde la publicación del documento. A la luz de este texto, los pastores han recorrido un largo camino y, en la gran mayoría de los casos, la apertura de lugares de celebración en forma extraordinaria se ha hecho con su consentimiento y por el bien de todos.

De manera positiva, el texto del Papa Francisco subraya el papel del obispo como "moderador, promotor y guardián de toda la vida litúrgica de la Iglesia particular que se le ha confiado". También les invita a nombrar en los lugares de celebración de forma extraordinaria a sacerdotes que tengan en el corazón "no sólo la correcta celebración de la liturgia, sino también la atención pastoral y espiritual de los fieles", para asegurar que "las parroquias erigidas canónicamente para el beneficio de estos fieles sirva con eficacia a su crecimiento espiritual."

Por otra parte, el Motu Proprio del Papa Francisco aleja a los fieles de las iglesias parroquiales, rechaza la erección de nuevas parroquias personales y el establecimiento de nuevos grupos. ¿Será necesario construir iglesias especiales para la celebración de la Forma Extraordinaria? ¿Cómo puede un obispo responder a la creciente demanda de los fieles? Este es un hecho, especialmente desde el inicio de la pandemia. El texto del Papa sugiere que se debe hacer todo lo posible para que el modo de celebración en la Forma Extraordinaria desaparezca lo antes posible. Esto con razón preocupa a los fieles unidos a este rito.

¿Entiende la "angustia" del Papa tras recibir la encuesta sobre el uso de la Forma Extraordinaria en todas las diócesis del mundo, angustia que estaría ligada al rechazo - por parte de algunos - del Concilio?

El estado de angustia y sufrimiento del Papa Francisco ha sido compartido por muchos obispos, sacerdotes y fieles vinculados a la Forma Ordinaria y Extraordinaria desde hace mucho tiempo. Angustia por el hecho de que el sacramento de la Eucaristía, sacramento del amor por excelencia, se convierta en sacramento de división, tanto entre las dos formas como dentro de una u otra. Angustia por el rechazo de algunos fieles a la reforma litúrgica o al Concilio Vaticano II. Angustia por la negativa de algunos sacerdotes a concelebrar con su obispo, especialmente la Misa Crismal. Angustia por la negativa de algunos fieles a recibir la comunión durante una misa en la Forma Ordinaria. Angustia también por el desprecio expresado por muchos liturgistas por la Forma Extraordinaria o por quienes la celebran.

La Iglesia no puede estar orgullosa de esto. La responsabilidad de esto es compartida ampliamente por aquellos que no quieren escuchar la llamada de los fieles, por aquellos que fallan en su deber de enseñar a su rebaño, y por aquellos que reclaman el derecho a decir y hacer cualquier cosa sin abrir su corazón a las solicitudes legítimas de sus pastores. La unidad del cuerpo eclesial ha sido herida desde los primeros días de la reforma litúrgica. Las legítimas y diferentes sensibilidades litúrgicas no han sido suficientemente escuchadas y han sido explotadas "para crear brechas, fortalecer diferencias y alentar discordias que dañan a la Iglesia, bloquean su camino y la exponen al peligro de la división".

Si esta observación es cierta, no requiere una respuesta indiscriminada. Los fieles cercanos a la Fraternidad San Pío X hablan de la "verdadera Iglesia" y de la "verdadera Misa". Este no es el caso en otros lugares donde se celebra la Forma Extraordinaria. Si el Motu Proprio invita a los obispos al discernimiento, y esto es una suerte, muchos no se identifican en los reproches del Santo Padre y se sienten victimas de una injusticia. Necesitamos entenderlos.

¿Cómo entender la necesidad de una correspondencia (estrecha) entre la "lex orandi" de la Iglesia y la forma ordinaria de la liturgia?

Esta propuesta cuestionable no es en absoluto tradicional. La carta adjunta al motu proprio reconoce que "durante cuatro siglos, este Missale Romanum, promulgado por San Pío V, fue la principal expresión de la lex orandi del rito romano, y funcionó para mantener la unidad de la Iglesia". 'Principal' no significa único. La Iglesia es rica en su unidad; rica incluso en su legítima diversidad. El Concilio de Trento autorizó liturgias que tienen más de 200 años... ¡La Forma Extraordinaria tiene más de 400 años! El Papa Benedicto XVI escribió en la carta que acompaña al Summorum Pontificum: "No hay contradicción entre una edición del Missale Romanum y otra. La historia de la liturgia es una historia de crecimiento y progreso, nunca de ruptura. Lo sagrado para las generaciones anteriores sigue siendo grande y sagrado para nosotros, y no puede ser inesperadamente prohibido por completo o incluso considerado dañino. Es bueno para todos nosotros conservar las riquezas que han crecido en la fe y la oración de la Iglesia, y darles el lugar que les corresponde." Las fuertes palabras de Benedicto XVI son todavía válidas. Por último, a través de las dos formas, se expresa la misma fe eucarística, lo que debe reafirmarse ante quienes consideran erróneamente la forma ordinaria como una descalificación de la doctrina del Concilio de Trento.

¿Cuál es el significado profundo de la obediencia al Papa en este caso? ¿Es una forma de obedecer sin pensar, o es una adherencia "con la punta del alma", por "crucificante" que sea?

Para obedecer hay que querer escuchar, sentir, comprender. Rechazar este texto sería un grave error, una injusticia hacia el Santo Padre. Cada uno debe corregir en su comportamiento lo que hay que corregir, diciéndose a sí mismo: "¿Qué quiere decirnos Dios a través de este texto? Esto restaurará la confianza sin la cual nada será posible. La obediencia también debe ser inteligente, sencilla y prudente". Está muy claro, en este terreno donde se intensifican las pasiones, que la obediencia ciega puede dañar el verdadero bien de la Iglesia. Es legítimo, y el Santo Padre nos invita a hacerlo en otros lugares, que hay lugares en la Iglesia donde podemos hablar, lugares donde expresarse con verdadera libertad. La celebración litúrgica no puede quedar excluida de esto.

San Benito instruye a sus monjes: "Buscad la paz y perseguidla". Sobre todo, este documento, aunque provoque reacciones legítimas por su dureza, no debe permitirse que nos quite la paz del corazón. En última instancia, esta paz proviene de lo único que realmente importa, nuestra amistad con Jesús, y nada ni nadie, ningún documento, ninguna autoridad, puede quitárnosla, excepto nosotros mismos.

Francia vivió una larga guerra litúrgica. ¿Cómo evitar volver a ella?

Desafortunadamente creo que la guerra litúrgica nunca se ha detenido realmente. Se observan dos bandos y un puntaje. Así, el 25 de marzo de 2020, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó dos decretos, dos documentos autorizados por el Papa Francisco, respondiendo al deseo del Papa Benedicto de enriquecer la Forma Extraordinaria con nuevos santos y nuevos prefacios. Cuatro días después, Andrea Grillo, profesor de teología sacramental en la Universidad de Sant'Anselmo en Roma, publicó una carta abierta sobre el "estado de excepción litúrgica", pidiendo el abandono de este "estado de excepción litúrgica" resultado del motu proprio del Papa Benedicto, la retirada inmediata de los dos decretos, la restauración de todas las competencias de los obispos diocesanos y de la Congregación para el Culto Divino en materia litúrgica... Justo lo que el Motu Proprio del Papa Francisco concede hoy . Esto es inquietante. No, la guerra litúrgica no ha cesado y quienes se dediquen a ella considerarán el último motu proprio una victoria o una derrota, según su bando. Al final, solo habrá una derrota... la de la Iglesia.

Debemos salir de esta lucha que agota a la Iglesia, a los sacerdotes y a los fieles y que va en detrimento de la evangelización, obra a la que todos estamos llamados. La verdadera paz litúrgica se logrará mediante el ejercicio de la verdadera paternidad por parte de los obispos hacia las legítimas peticiones de todos los fieles y mediante la plena fidelidad de los fieles a sus pastores. Los ecos recibidos por los gestos y palabras de los obispos, signos de solicitud pastoral, de todas partes del mundo, tras la publicación del Motu Proprio, despiertan una verdadera esperanza.

¿Cómo escuchar las aspiraciones de las generaciones más jóvenes que voluntariamente pasan de una forma litúrgica a otra? ¿Aún podrán hacerlo?

De hecho, existe una auténtica expresión del Sensus fidei propia de los fieles. ¿La Iglesia podrá escucharlo? La carta abierta antes citada hablaba de la Forma Extraordinaria como "un rito cerrado en el pasado histórico, inerte y cristalizado, sin vida y sin vigor". Las aspiraciones de las generaciones más jóvenes, sacerdotes y laicos, son una amarga contradicción. Eventualmente tendremos que reconocerlo. La liturgia no es una ciencia de laboratorio. Este es un acto de humildad que se espera de los liturgistas. Que utilicen su ciencia para discernir la razón de este apego a la Forma Extraordinaria, incluso por parte de los no cristianos o de personas que hace tiempo que abandonaron la práctica, un apego que no estaba previsto a priori. En esta forma de celebración sienten una presencia más viva del misterio de Dios, presente y oculto al mismo tiempo, más dignamente alabado. Con alegría redescubren un carácter sagrado olvidado. Cómo no hablar de las decenas de sacerdotes que vinieron a la abadía para aprender la Forma Extraordinaria y que dicen: "Conocerla me ayuda a celebrar mejor la Forma Ordinaria".

El movimiento litúrgico buscó la participación activa de todos en el sacrificio eucarístico. ¿No se convirtió este loable objeto, por mal entendido, en el final de la celebración? La exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis recordó: "Hay que dejar claro que esta palabra [actuosa participatio] no pretende referirse a una mera actitud exterior durante la celebración. De hecho, debe entenderse la participación activa deseada por el Concilio en términos más sustanciales, partiendo de una mayor conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana (n. 52) ¿Qué hacer entonces? ¿Mantener las dos formas de liturgia en competencia? ¿Trabajar por su mutuo enriquecimiento según al deseo del Papa Benedicto? ¿Reconocer el beneficio de la riqueza del leccionario de la Forma Ordinaria? ¿Por qué no autorizar el uso del ofertorio de la Forma Extraordinaria, que es incomparablemente más rico, y la adición de gestos que reenfocan tanto al celebrante como los fieles sobre qué es lo que se está celebrando? ¿Por qué no hacer posible el gran silencio del canon que es como el "iconostasio" del rito romano?

¿Podemos decir que quienes hicieron la apuesta de la obediencia en Roma (después del cisma) ahora son engañados con respecto a los fieles "disidentes" como los cercanos a la Fraternidad San Pío X?

De hecho, esto es lo que escuchan muchos fieles, hermandades, institutos. El sentimiento de traición. Es una cruz para mí encontrar este sentimiento en el corazón de la Madre Iglesia y de sus hijos. Hoy, entre los fieles adscritos a la Forma Extraordinaria, la mayoría no tiene relación con el cisma y la Fraternidad San Pío X. Si Ecclesia Dei tenía como objetivo la reconciliación después del cisma, el Summorum Pontificum vio un panorama más amplio ¿No ha sido el Espíritu?

¿Cómo sigue siendo el apego a la Forma Extraordinaria una fuente de gracia en las nuevas disposiciones vigentes?

No creo que las nuevas disposiciones vayan a cambiar mucho. El apego a la Forma Extraordinaria responde, por ejemplo, al deseo de los corazones inquietos de muchos sacerdotes. Si se reconocen como servidores del rebaño que se les ha confiado, son también y sobre todo amigos de Dios, y necesitan encontrarse con él, ser alimentados por él a través de la celebración de la liturgia. La celebración en forma extraordinaria es uno de los medios que eligen.

Trabajar para reenfocar la celebración en el misterio, preservando los logros de la reforma, aparece así como un apoyo a la vida espiritual de los sacerdotes, como una bienvenida al Sensus fidelium al que el Papa Francisco nos invita a estar atentos, y finalmente , como un desafío para la Iglesia.

¿Qué cambiará esta decisión en la vida de la Iglesia?

Si es demasiado pronto para juzgar hoy, creo que este texto tendrá el efecto de que los principales sacerdotes y fieles vinculados a la Forma Extraordinaria del Rito Romano se cuestionen sobre su vínculo con la Iglesia diocesana, para iniciar un verdadero camino de profundización de este vínculo, para hacerlo más concreto, por ejemplo, concelebrando en torno al obispo. También espero que el dolor mostrado ante un texto severo ablande el corazón del Santo Padre frente a los fieles a veces turbulentos, especialmente en el agravante de la pandemia. Espero que los liturgistas tomen una mirada objetiva y acogedora del rito antiguo. No se puede saber verdaderamente sin comprender y amar.

El Santo Padre subraya la necesidad de la celebración de la liturgia en la forma ordinaria según el Misal. Este es un apoyo válido para los obispos que durante mucho tiempo han capitulado en este punto. ¿Será escuchado?

Permítanme agregar otro deseo. Como suelo celebrar en la Forma Extraordinaria, seguiré celebrando en ambas formas, en latín y en francés, en inmensa acción de gracias por la fidelidad de Cristo que me llega a través de la diversidad de la liturgia. Sin embargo, no me parece posible, por el bien de los fieles y en vista de la reducción del número de sacerdotes, mucho más evidente en proporción a la celebración según la Forma Ordinaria, resolver definitivamente una escisión, una tensión en el único rito romano, entre dos formas, entre la adoración del Cuerpo y la Sangre de Cristo realmente presente en el altar y el servicio de la asamblea. Es hora de que las ideologías de cualquier tipo dejen de dictar el tono y ya no tengan la última palabra en la celebración de los sacramentos. Es hora de construir puentes. Las comunidades monásticas y religiosas tienen un papel que desempeñar en esto.

La Iglesia debe aceptar el deseo de los jóvenes que demuestran que la reforma litúrgica no está completa, que aún queda camino por recorrer en paz y por la paz. ¿Cómo puede hacerse esto? Negarse a detenerse en el camino, huir del espíritu de ruptura y tratar de celebrar cada vez mejor con un espíritu católico que abraza a la Iglesia "desde Nicea hasta el Vaticano II".

La existencia de dos formas del Rito Romano no fue prevista por los Padres conciliares, pero requiere esta convergencia, este enriquecimiento mutuo deseado por el Papa Benedicto para el bien de la Iglesia y su Liturgia, y que responde a las palabras de Cristo: "¡Que todos sean uno!" (Jn 17,11). Entonces todos podrán hacer suyas las palabras del Papa Benedicto en la Abadía de Heiligenkreuz: "Os pido: celebrad la sagrada liturgia con la mirada dirigida a Dios en el comunión de los santos, Iglesia viva de todos los lugares y de todos los tiempos, para que se convierta en expresión de la belleza y sublimidad de este Dios, amigo de los hombres." (Benedicto XVI, discurso del 9 de septiembre de 2007 en la Abadía de Heiligenkreuz).

En el Oficio de las Tinieblas en los Días Santos cantamos: "Es bueno esperar en silencio la salvación de Dios." (Lam 3, 26) Todo está en manos de Dios, soberano Maestro de la historia y de los acontecimientos. A su hora, que podremos apresurar con nuestras oraciones y sacrificios, vendrá la paz litúrgica. Mientras esperamos, mantengamos nuestros corazones en paz.

domingo, 25 de julio de 2021

Fiesta del Apóstol Santiago

Como muchos otros lugares del mundo, la comunidad purépecha de Santiago Azajo, perteneciente al municipio de Coeneo, en Michoacán, México, celebró su fiesta patronal de acuerdo a su tradición centenaria, con deslumbrante decoro.



fotografías de Mónica Ramos.

sábado, 17 de julio de 2021

Bendición abacial en Francia

El monasterio de Santa María de La Garde, en Agen (región de Nouvelle Aquitaine) fué recientemente erigido en Abadía. El pasado 24 de junio Dom Marc recibió la bendición abacial de manos de Mons. Laurent Camiade, obispo de Cahors, en presencia de Mons. Herbreteau, obispo de Agen, y de los abades de Le Barroux, Fontgombault, Triors, Randol, Donezan, Saint-Wandrille, Flavigny, Maylis y Lagrasse. 



El nuevo abad celebró su primera misa pontifical el 26 de junio en la iglesia de Moirax.